El domingo 7 de abril las puertas del teatro Apolo se abrieron para que pudiéramos asistir a un pregón histórico que congregó no sólo a Estudiantes, sino también a hermanos de otras cofradías, representantes políticos y de la Universidad, amigos y familiares del pregonero, y muchos amantes de nuestra Semana Santa. Dentro del pequeño teatro, completamente abarrotado, la expectación planeaba sobre un pregón que prometía ser tan extraordinario como la ocasión que lo originaba, porque la fama y el buen hacer de Antonio Salmerón en estas lides así lo hacía pensar. Pero además, también éramos conscientes de que éste no podía ser para él uno más, y así lo indicó desde el inicio: “para mí, este es EL PREGÓN, así, con mayúsculas…el mío, el de mi casa, el de mis amigos, el de mis pasiones, el de mi vida…” ¡Y vaya si lo fue!

1. La escenografía

Y lo fue incluso antes de empezar, cuando nada más cruzar el vestíbulo del teatro la vista se quedaba atrapada en el escenario, donde la Priostía había recreado el escudo original, cuyos elementos utilizaría después el pregonero para vertebrar sus palabras. Así, suspendida sobre el escenario, se encontraba la primera cruz de guía de Estudiantes, simbolizando el pasado; a sus pies se habían colocado un incensario, que haría referencia al presente, y el Libro de Reglas, símbolo de la palabra escrita, del futuro. Completando la composición, las fotografías de nuestros titulares.

Y de fondo, como si de una gran pizarra de aquel Instituto que nos vio nacer se tratase, una proyección que mostraba, con distintas tipografías, los nombres de todos aquellos que han tenido alguna responsabilidad en hacernos llegar hasta aquí siendo lo que somos. Leer algunos era lo esperado -fundadores, hermanos mayores, escultores, Carmen Góngora…-, pero encontrar a Celia Viñas fue una sorpresa.

2. La presentación

A la una, Samuel García Manzano, el mantenedor, dio comienzo al acto, y Francisco Javier García Moreno tomó la palabra para afrontar la difícil tarea de hacer la presentación de alguien que, en realidad, no lo necesita. Por eso, Javi dejó de lado el amplio y brillante currículum de Antonio Salmerón, pregonero, para acercarnos al Antonio Salmerón, Estudiante y amigo, que él tan bien conoce. Y, así, con guiños a sus vivencias con Antonio, y referencias a lo mucho y lo bueno que ha aprendido de él –como cofrade y como persona-, Javi creó, con voz segura, una importante presentación que cerró cediéndole el sitio en el atril mientras nos arrancaba una sonrisa al avisarnos de que “esta noche viene a cenar Antonio Salmerón”.

3. El pregón

Y comenzó el pregón. Y lo hizo con la voz de Antonio pronunciando, rotundo, nuestro lema, “la verdad nos hará libres”, y a partir de ahí se dispuso a distorsionar nuestros relojes para que no fuésemos conscientes del tiempo que transcurría, y así poder deslizarnos de su mano por el pasado, presente y futuro de nuestra Hermandad.

El pasado se inició, como no podía ser de otra manera, en el Instituto, donde hizo una emocionante recreación -como si de una novela se tratase- de aquella mañana de Jueves Santo en la que todo comenzó. Y la voz se le quebró al desvelar que, con toda probabilidad, fue su bisabuelo –conserje del Instituto en aquellos años-, el que abrió la puerta aquel día a los fundadores y al inicio de nuestra Hermandad. Por eso proclamó, emocionado y con orgullo, que “…hoy, 75 años después, soy yo, su bisnieto, el que vuelve a abrir unas nuevas puertas [las del tiempo]. Pero ya no sois 4, ni 40, ni 400… somos más.”

Pero aún nos aguardaban otros tres momentos memorables en este viaje al pasado. Por un lado, la sorprendente revelación del intenso –y desconocido hasta este momento- vínculo que Celia Viñas tuvo con nosotros. Por otro, oírle desgranar, uno a uno, como si de una letanía se tratase, los motivos por los que es de justicia proclamar a Estudiantes innovadora y renovadora, ejemplo de fidelidad, maestra y mecenas, santo y seña de hermandades, poniendo de relieve ante los jóvenes cofrades de la ciudad todo lo que hemos sido para la Semana Santa de Almería. Y para finalizar este tramo del pregón, sus vivencias más íntimas y personales, las de ese niño de la Almedina que se acercó a una Cofradía con la ilusión de salir en la procesión y que ha acabado formando parte indisoluble de la historia de la misma.

Y si en el pasado Antonio Salmerón nos había hecho cruz, en el presente transformó la Hermandad en un incensario donde “cada grano de incienso que cae al carbón somos uno de nosotros invirtiendo nuestras fuerzas para trabajar en las ilusiones comunes”, dejándonos a cada hermano una pregunta, vital para el futuro, que no apela a los sentimientos sino al compromiso: “es momento de mirarnos hacia dentro, muy dentro, para ver si estamos haciendo todo lo posible [por la Hermandad], si nos estamos fundiendo en el incensario o simplemente permanecemos plácidamente dormidos en la naveta…” Sería en la última parte del pregón, la dedicada al futuro simbolizado en la palabra escrita del libro, cuando volvería a remarcar esta intención indicando que nuestra Hermandad pudo surgir por el deseo de sólo 4, pero hacerla crecer y avanzar día a día “es un peso que no puede ser soportado por 4; somos necesarios 40, 400, muchos más; todos los que somos y los que nos sentimos orgullosos de llamarnos Estudiantes”.

También hubo tiempo para agradecer a todos –y son muchos- los que, de una manera u otra ayudan y han ayudado a la Cofradía a lo largo del tiempo. Y también fue momento para practicar la grandeza de pedir perdón, de corazón, a los que sienten que la Hermandad no les ha tratado justamente: “Y ahora, si aceptas estas disculpas, estrechemos nuestras manos y recobremos todo el tiempo perdido, que tenemos muchas cosas de las que hablar y mucho trecho por el que avanzar…”

Y uniendo con fuerza los distintos tramos de este pregón, las vivencias del ayer, los compromisos de hoy y los retos de nuestro futuro: el Maestro y la Esperanza.

Antonio se dirigió a Ntro. Padre Jesús de la Oración, “fruto de tu época y siempre a contracorriente de la estética cofrade”, para dibujarnos una imagen dulce cuyo rostro “refleja la serenidad de quien lo ha intentado todo para, al fin, dejarse llevar”. Y sus palabras fueron tomando fuerza para, desde su lugar privilegiado de cada Miércoles Santo –“Y yo la cruz, delante, para que no te pierdas entre los bancales del huerto. Y tú detrás, siempre orante”– mostrarnos el paso de misterio recorriendo las calles al grito de “¡Rompe la Oración!”, “Y tanto rompe, que Almería entera ya está rota, rota bajo la mirada dulce de los ojos de la nostalgia”.

Todo lo que con el Maestro había sido fuerza, con la Esperanza fueron sonrisas, complicidad y media voz, ofreciéndonos una desbordante declaración de amor -en blanco y verde- que comenzó, para sorpresa de todos, cantándole por Serrat: “Fue sin querer… es caprichoso el azar…”. Y a partir de ahí, todo un juego de requiebros, sensaciones y emociones de quien afirma con rotundidad que “nada sabe tan dulce como tu nombre, Esperanza”. Antonio nos llevó, mecidos en su palabra, desde la luminosa y bulliciosa espera para salir hasta el oscuro y callado recogimiento de los momentos finales del Miércoles Santo, ya de vuelta en la Catedral, cuando desde la entrecalle pronuncia, con voz rota, un deseo compartido: “El día que para mí no exista el tiempo, el día que mis ojos no vuelvan a abrirse, deja que mi alma se quede orando, amando, y esperando que la única puerta que me quede por tocar, seas Tú quien me la abra”.

Así fue como el pregonero fue llegando al final de su pregón, situándonos en el próximo Miércoles Santo, minutos antes de que Estudiantes cruce por 75ª vez, de forma ininterrumpida, el umbral de la Catedral. Fue un  final encendido en el que nos mostró una escena sorprendente donde, preparándonos para salir, se hacían presentes, reunidos con los Estudiantes de hoy, todos y cada uno de los que han sido historia de nuestra Hermandad: fundadores, Hermanos Mayores, camareras, costaleros, nazarenos, Celia Viñas, don Andrés, don Juan López…Y para acabar, sobre los vibrantes sones de una marcha que poco a poco iba tomando cuerpo a través de la megafonía, Antonio Salmerón abandonó el atril, se situó en el centro del escenario y cuadró el círculo proclamándonos “Estudiantes de ayer, de hoy y de mañana. Estudiantes de siempre; y siempre, siempre, Estudiantes”.

Ese fue el momento en el que el teatro se vino abajo con una larguísima ovación que terminó de desbordar la emoción -a ratos difícilmente contenida- de un pregonero que cerraba de esta manera un capítulo de nuestra historia.

Puso el punto final al acto, ya sobre las 14:30h la Asociación Músico-Cultural San Sebastián de Padul, quienes acompañarán a Ntra. Sra. del  Amor y la Esperanza el próximo Miércoles Santo con un pequeño repertorio de cinco piezas entre las que destaco Getsemaní y Santa María Egipciaca, pieza montada expresamente para este concierto.

Con los últimos aplausos a los músicos, como si de un juego hipnótico se tratara, a las tres de la tarde la vida detenida en el Apolo reinició su marcha; los relojes volvieron a funcionar marcando el paso firme hacia el Centenario, pero dejando para el recuerdo 75 minutos de palabras que supieron a gloria.

Antonio Salmerón prometía mucho y cumplió más, muchísimo más, pregonando y celebrando nuestra vida y nuestra historia. Quien estuviera el domingo en el Apolo, dejándose mecer por su prosa y su verbo, recorriendo de su mano nuestros primeros 75 años, ya sabe que tuvo la fortuna de estar presente en EL PREGÓN, así, con mayúsculas.

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