El pasado día 26 de marzo se cumplieron 75 años de la bendición del Señor de la Oración en el Huerto. A pesar de que la Junta de Gobierno decidió cancelar todas las actividades pendientes de celebrar el pasado día 13 de marzo, finalmente no quisimos dejar de celebrar este aniversario tan señalado. Por ello, nuestro Consiliario, D. Juan Torrecillas, celebró una eucaristía conmemorativa en la Catedral, ante el altar de nuestros titulares, pero a puerta cerrada, siguiendo las observaciones hechas por el obispado para combatir la pandemia de COVID-19, que fue retransmitida a través de nuestra página de Facebook.
Reproducimos a continuación el texto de la homilía pronunciada por nuestro Consiliario en la celebración a petición de los hermanos y para que sirva como recuerdo de este aniversario tan especial y de su atípica celebración.
Homilía Jueves de la IV Semana de Cuaresma
75 Aniversario de la Bendición de la Sagrada Imagen de Ntro. P. Jesús en la Oración en el Huerto de la Cofradía de Estudiantes de Almería
26 – III -2020
Lecturas del Jueves de la IV Semana de Cuaresma:
Éxodo 32,7-14
Sal 105, 19-20. 21-22. 23
Juan 5,31-47
Querido Hermano Mayor y Delegado de cultos que os reunís conmigo en esta S.A.I. Catedral
Querido Hermanos Cofrades que, desde vuestros hogares, os unís a esta solemne celebración litúrgica
Queridos todos.
Nos reunimos esta tarde, en la sede Canónica de Nuestra Hermandad de Estudiantes de esta forma tan singular con la presencia física de tres personas, para celebrar la Eucaristía en este día tan importante para nuestra cofradía como es la celebración del 75 aniversario de la Bendición de la Sagrada Imagen de Nuestro Padre Jesús, en su oración en el Huerto que, junto con la de la de Nuestra Sra. Del Amor y la Esperanza, son los sagrados titulares de nuestra Hermandad.
Lo hacemos en unos momentos difíciles para nosotros y para nuestros conciudadanos confiando que esta celebración sirva de consuelo y nos reconforte a todos en estos momentos duros.
La palabra del Señor que la liturgia de este Jueves de la IV semana de Cuaresma despliega ante nuestros ojos, para nuestra consideración, nos presenta un aspecto del Misterio de Cristo que es fundamental para todos nosotros.
En la bella página del Libro del Éxodo se nos presenta esa vez a Moisés como lazo de unión entre las dos lecturas y como figura de Cristo Jesús. Moisés intercediendo por su pueblo, y Jesús caminando a la cruz para entregar su vida por la salvación de todos.
El diálogo entre Yahvé y Moisés es entrañable. Después del pecado del pueblo, que se ha hecho un becerro de oro y le adora como si fuera su dios (pecado que describe muy bien el salmo de hoy), Yahvé habla a Moisés distanciándose del pueblo: «se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto… Este pueblo es de dura cerviz: déjame que mi ira se encienda contra él».
Pero Moisés le da la vuelta a esta acusación, tomando la defensa de su pueblo ante Dios: «¿por qué se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto»? No es el pueblo de Moisés, sino el de Dios. Ese va a ser el primer argumento para aplacar a Yahvé. Además, le recuerda la amistad de los grandes patriarcas, para que perdone ahora a sus descendientes. También utiliza otra razón: se van a reír los egipcios si ahora el pueblo perece en el desierto.
Yahvé, además, había puesto una especie de «trampa» a Moisés: al pueblo le va a destruir, pero «de ti haré un gran pueblo». Moisés no cae en la tentación: se pone a defender al pueblo. Hoy no lo leemos, pero más adelante le dice a Dios que si no salva al pueblo, le borre también a él del libro de la vida.
El autor del Éxodo parece como si atribuyera a Moisés un corazón más bondadoso y perdonador que a Yahvé. Y concluye: «y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo».
Que bella lección y ejemplo de Moisés y de Cristo del que Moisés sólo es imagen. Jesús, también en el Huerto de los Olivos, no solo ora por él, sino que expresa su disponibilidad en favor de su pueblo: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Una oración cargada no sólo de palabras, sino fundamentalmente de entrega de la propia vida
En la página del Evangelio de san Juan, sigue el comentario de Jesús después del milagro de la piscina y de la reacción de sus enemigos.
Les echa en cara que no quieren ver lo evidente. Porque hay testimonios muy válidos a su favor: el Bautista, que le presentó como el que había de venir; las obras que hace el mismo Jesús y que no pueden tener otra explicación sino que es el enviado de Dios; y también las Escrituras, y en concreto Moisés, que había anunciado la venida de un Profeta de Dios.
Pero ya se ve en todo el episodio que los judíos no están dispuestos a aceptar este testimonio: «yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis», «os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros».
Si Moisés excusaba a su pueblo, ahora no podría hacerlo con los que no creen en Jesús: les acusaría claramente.
La primera lectura nos interpela en una dirección interesante: ¿se puede decir que nosotros tomamos ante Dios la actitud de Moisés en defensa del pueblo, de esta sociedad o de esta Iglesia concreta, de nuestra comunidad, de nuestra familia o de nuestros jóvenes? ¿intercedemos con gusto por nuestra generación, por pecadora que nos parezca? Recordemos esa postura de Moisés: mientras rezaba a Dios con los brazos en alto, su pueblo llevaba las de ganar en sus batallas.
En la oración universal de la Misa presentamos ante Dios las carencias y los problemas de nuestro mundo. Lo deberíamos hacer con convicción y con amor. Amamos a Dios y su causa, y por eso nos duele la situación de increencia del mundo de hoy. Pero a la vez amamos a nuestros hermanos de todo el mundo y nos preocupamos de su bien. Como Moisés, que sufría por los fallos de su pueblo, pero a la vez lo defendía y se entregaba por su bien.
Pero todavía es más apremiante el ejemplo del mismo Jesús en su camino a la Pascua. A pesar de la oposición de las personas que acabarán llevándole a la muerte, él será el nuevo Moisés, que se sacrifica hasta el final por la humanidad.
Ciertamente nosotros somos de los que sí han acogido a Jesús y han sabido interpretar justamente sus obras. Por eso creemos en él y le seguimos en nuestra vida, a pesar de nuestras debilidades. Además, en el camino de esta Cuaresma, reavivamos esta fe y queremos profundizar en su seguimiento, imitándole en su entrega total por el pueblo.
El evangelio de Juan resume, al final, su propósito: «estas señales han sido escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31).
Se trata de aceptar a Cristo, para tener parte con él en la vida.
Abramos nuestros hogares a Jesús. Vigilemos con Él en su Huerto. En el Huerto de nuestros hogares, de nuestros Hospitales, en el Huerto interior de nuestros hermanos que sufren no estamos solos, Él está con nosotros, siguen orando por nosotros, sigue entregando su sangre por nosotros. No estamos solos, por eso no podemos dormirnos, hemos de orad y vigilad. Aquí está la fuente de nuestra esperanza y el comienzo del camino de luz.
Así sea